domingo, 12 de abril de 2009

Juego con Fuego. Por Ana Vidal

JUEGO CON FUEGO por Ana Vidal

un niño que no hablaba mucho decía secreto
sin saber que era secreto:


en la violencia de sus pasiones mínimas,

giró para nosotros, giró para mí.


¿En qué umbral dejó apenas
un yo que parecía un tú a cada palabra,

un poco de futuro deseo?


Una tangencial escritura
colmada de paciencia. Y un abrazo
como.


¿Cómo hago para contornear
Lo que me dice tu pensamiento?


¿Cómo deshago lo que te dice el mío
antes de que advenga nuestra palabra?


(ARTURO CARRERA, La inocencia)


¿Dónde está el umbral para ese encuentro, cómo se acorta la distancia entre el niño del secreto y la voz del poema?

Con esa distancia trabaja Agustín: sus osos tienen juego, movimiento, mutación.

En el juego hay trayecto: el de una piedra que se convierte en tesoro, un árbol que se hace casa, un palo caballo y una tela que me convierte en jinete. Quien juega toma decisiones, modifica comportamientos y objetos. Funda reglas a las que se atiene, anulando por un tiempo la separación, la clasificación de usos y sentidos de las cosas y las personas. El que juega crea y es espectador de su ilusión. Hace también (como que) juega.

¿Dónde empieza y termina el juego de estos osos? ¿En el dibujo, en el objeto? ¿en el mail, en el papel, en la vitrina? ¿en mi casa, en la Biblioteca? ¿Quién es el que juega?

Amor, Odio, muGr…. En los juguetes aparece (quemando) la distancia (recorrida, desplazada, aplazada) entre el nene y el hombre, entre masculino y femenino, hijo y padre. Vinieron las palabras en el chiche (no las esperaba), irrumpen, en el umbral entre el juego y la vida, en el encuentro entre infancia y adultez. Juego, con fuego.



• Arturo Carrera, La inocencia. Mansalva, Buenos Aires, 2005.

• Diana Aisenberg, Historias del arte. Diccionarios de certezas e intuiciones. Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2004.

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